La curandera Bárbara Guerrero, mejor conocida como “Pachita”

La curandera Bárbara Guerrero, mejor conocida como “Pachita”

Recopilada y redactada por Parral minuto a minuto

Nació en 1900 en Parral, Chihuahua, y murió en la Ciudad de México un 29 de abril de 1979. Se la reconoce como la única “cirujana psíquica”, por sus grandes dones para analizar la mente de las personas que acudían a ella y realizar “cirugías” inexplicables.
Pachita y sus curaciones han sido estudiadas por investigadores de todo el mundo, como el psicólogo estadounidense Stanley Krippner, el antropólogo médico cubano Alberto Villoldo, el investigador paranormal español Salvador Freixedo, el neurofísico mexicano Jacobo Grinberg-Zylberbaum y hasta el escritor Alejandro Jodorowsky le dedicó numerosas páginas.

Desde temprana edad, Pachita comenzó a curar por medio de hierbas y demostró tener grandes habilidades, lo que le hizo tomar confianza de sí misma. En algún momento, se lanzó realizar “cirugías”, asegurando estar poseída por el espíritu de Cuauhtémoc, a quien ella llamaba “Hermanito”, quien -según contaba la curandera-, se apoderaba de su cuerpo físico para realizar los procedimientos.

Pachita utilizaba siempre el mismo cuchillo de cocina para sus cirugías, uno cubierto con cinta aislante en la parte del mango. Nunca hizo uso de anestesia y, aún así -según decía- literalmente removía órganos del cuerpo de sus pacientes y colocaba otros en su lugar.

Lo impresionante venía al concluir la cirugía, pues una vez cerrando la herida, enjuagaba con un poco de alcohol y colocaba vendas para, luego de un par de horas, enviar a sus pacientes a casa, donde tendrían que mantenerse en reposo durante tres días. A todos los indicaba que tomaran ciertos jarabes e infusiones y, de seguir el tratamiento al pie de la letra, al cuarto día sus pacientes ya podían realizar sus actividades cotidianas.

¿Pero de dónde sacaba Pachita los órganos que colocaba en sus pacientes?
Claramente Pachita no era una tr@.fic@nte de órganos, de lo contrario las investigaciones y acusaciones legales no habrían tardado en llegar.
Pachita tenía otra forma de conseguirlos y aquí es donde inicia el misterio: se dice que en el cuarto oscuro donde realizaba sus procedimientos quirúrgicos y, a la luz de un par de velas, era capaz de materializar órganos sanos, como hígados, vejigas o riñones. Debía ser así, con poca luz porque, según contaba, las luces brillantes dañaban los órganos.
Algunos aseguraban que estos órganos de mágicos no tenían nada y que pertenecían a animales de los cuales ella los extraía, o que un amigo médico suyo se los proporcionaba.
Por su puesto que ninguna de las teorías fue comprobada y todo quedó en entredicho. Sin embargo, los órganos retirados fueron analizados, arrojando que sí, efectivamente, pertenecían a sus pacientes, lo que comprobaba que realmente habían sido cambiados por otros.
Tanta fue la fama de Pachita que el rumor sobre su habilidad llegó a todo el continente americano, pero también al europeo, a oídos del ex-sacerdote católico español y ex-miembro de la Compañía de Jesús, ufólogo e investigador de temas paranormales Salvador Freixedo, quien relata:
Pachita se quedó un momento pensativa y, repentinamente, levantó el brazo con la mano extendida diciendo al mismo tiempo:
“Pues…en el nombre de Dios”.
Todavía hoy, cuando recuerdo la escena después de tantos años, me invade una cierta emoción. Yo estaba mirando la mano en alto de Pachita, totalmente ignorante de lo que iba a suceder, cuando, repentinamente, vi aparecer entre sus dedos un pedazo de carne rojiza. Ella ni lo miró; sencillamente lo tiró en el gran hueco que le había abierto al enfermo en la parte inferior de la espalda. No se tomó ni la molestia de colocarlo. Yo sentí el «clac» de la c@rne al caer en su hueco. Inmediatamente después se cruzó de brazos (que era la señal de que había terminado con un paciente), y dijo una vez más la consabida palabra: «Otro».
Pero no es el único testimonio que existe sobre los poderes sobrenaturales de esta mujer, pues Alejandro Jodorowsky, escritor chileno naturalizado francés, también nos cuenta algo al respecto en su libro “La danza de la realidad: psicomagia y psicochamanismo”:
“De pie, a su lado, yo la vi hundir el dedo casi por completo en el ojo de un ciego… La veía “cambiar el corazón” a un paciente, al que parecía abrirle el pecho con las manos, haciendo correr la sangre… Pachita me obligaba a meter la mano en la herida, yo palpaba la carne desgarrada y retiraba los dedos ensangrentados. De un tarro de vidrio que tenía al lado, le pasaba un corazón llegado no se sabía de dónde -del depósito o del hospital-, que ella procedía a “implantar” en el cu3rpo del enfermo de forma mágica: nada más colocado sobre el pecho, el corazón desaparecía bruscamente, como aspirado por el cuerpo del paciente. Este fenómeno de “aspiración” era común a todos sus “implantes”: Pachita tomaba un trozo de intestino, lo colocaba sobre el “operado” y en ese mismo instante desaparecía en su interior. La vi abrir una cabeza y meter las manos. Podía sentir el olor de los huesos chamuscados, oía ruido de líquido… La operación no estaba exenta de violencia y constituía un espectáculo bastante crudo, a la mexicana, pero, al mismo tiempo, Pachita mostraba una dulzura extraordinaria”.
Pero Jodorowsky no quiso que su experiencia se limitara a la de un simple espectador y se puso en manos de la cirujana psíquica:
“Yo padecí, aparte del olor a sangre y de la horrorosa visión de la víscera granate, el dolor más grande que había sentido en mi vida. Chillé sin pudor. Dio el último tirón. Me mostró un pedazo de materia que parecía moverse como un sapo, lo hizo envolver en papel negro, me colocó el hígado en su sitio, me pasó las manos por el vientre cerrando la herida y al momento desapareció el dolor. Si fue prestidigitación, la ilusión era perfecta”.
Los métodos de Pachita variaban, dependiendo de la cosmovisión de sus pacientes: a los nativos les recomendaba usar hierbas, a los extranjeros medicinas, a los católicos rezos, a otros conectarse con la madre tierra y, si la persona tenía en mente un rito en especial para sanar, Pachita se los permitía. Claramente eran estos placebos para ayudar en la sanación de sus pacientes.
Muchas de las personas que se acercaron a ella fueron curadas sin necesidad de cirugías, pues como buena psíquica y especialista en el análisis de la mente humana, solo tuvo que identificar los miedos y necesidades de sus pacientes para darse cuenta que sus males eran psicosomáticos, es decir, enfermedades causadas por un desequilibrio anímico.
A pesar de que en los años 60 se habló mucho de ella como una leyenda urbana, la verdad es que no se le dió importancia dentro del campo de la medicina, sino que fue investigada por especialistas en otras áreas, por lo que sus curaciones no cuentan con validez médica certificada. Solo contamos con los testimonios de los investigadores que se atrevieron a vivir la experiencia de cerca.
Pachita se sentaba en una silla frente a un altar en su cuarto de curaciones, cerraba los ojos y respiraba lentamente hasta percibir un zumbido en uno de sus oídos, en el cual se concentraba hasta caer en un trance que ella describía como un gran orificio. Luego, cambiaba de estado de conciencia, lo que le permitía iniciar sus procedimientos quirúrgicos.
Esta técnica es muy parecida a un procedimiento hindú llamado “shabd”, en el cual quien medita debe encontrar este zumbido y concentrarse en él para poder entrar en trance.
Sin embargo, Pachita estaba convencida de que aquello no era cualquier trance, sino que estaba realmente poseída por el espíritu del joven tlatoani, que tomaba su cuerpo físico para utilizarlo como vehículo en este mundo para poder curar. Esto es lo que dice Jacobo Grinberg-Zylberbaum en su libro “Pachita” al respecto:
“Recuerdo que yo estuve a punto de decirle que no era el Hermano (Cuauhtémoc) el que había hecho aquello sino la misma Pachita, en otro nivel de conciencia, pero me contuve. ¿Quién era yo después de todo para afirmar algo así? Jamás en ninguna meditación había yo llegado a un nivel en el que pudiera trasplantar unos pulmones. ¿Cómo podía yo saber si en verdad Cuauhtémoc existía y era capaz realmente de ocupar el cuerpo de Pachita?”
¿Y qué decía Pachita al respecto? Ella tomaba su trabajo como una virtud natural de su persona, de la cual no se expresaba como soberbia ni con intenciones de lucrar, pues su don era sagrado, o eso es lo que podemos ver en este otro fragmento de “Pachita” donde es ella misma quién habla:
“A mí me lleva la chi.ng1da con esa gente que viene a curiosear como si esto fuera un circo. Un día vinieron esos, ¿cómo se llaman?, ¡ah sí!, esos de control mental a investigarme. Me llevaron a una casa en la que había rayas de todos colores. Rojas, azules, verdes y negras. Un señor Silva me dijo que yo estaba en la negra. Hágame el favor, ese cabrón me quería nada más para meterme en lo negro. Luego me dijeron que buscara un enfermo con mi mente. Yo qué iba a buscar ni qué carajos. ¿Para qué? Luego otros me llevaron a la zona del silencio en Torreón para que les dijera lo que había allá. Puro pinche desierto y yo allí en medio. Encontré una tortuga y me la traje… Dicen que se paran los relojes y que no se oye el radio pero, ¿para qué sirve eso?, nada más buscan por buscar sin saber y por más que encuentran no se quedan satisfechos. ¡Si yo les contara todo lo que me han llevado a hacer! Un día me dijo un amigo que le ayudara a buscar no sé qué madres, en un terreno. Fui allí y me lo encontré lleno de excavaciones, me dijeron que les reportara lo que sentía y yo me quedé tal cual. Aquí sí que se trabaja, pero yo de eso sé menos que nadie. Yo nada más me voy y viene el hermano y ni me entero… Y luego vienen a invitarme a dar conferencias y yo ¿qué les voy a decir? ¡Se imaginan a esta pendeja hablando en una conferencia! A mí me gustan las buenas obras, las que de veras ayudan…”.
Jacobo Greenberg estuvo durante tres años estudiando y observando los procedimientos que Pachita realizaba y esto lo hizo crear la Teoría Sintérgica que básicamente nos dice que somos capaces de crear nuestra propia realidad.

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